El inicio de la ronda francesa
El Tour de las prisas de Pogacar y la paciencia de Vingegaard
La ronda francesa comienza el sábado en Florencia con el fenómeno esloveno intratable y con la incertidumbre del doble vencedor de las dos últimas ediciones tras la caída de abril en el País Vasco.
Carlos Rodríguez, Juan Ayuso, Pello Bilbao, Enric Mas y Mikel Landa serán las figuras españolas en una prueba a la que también acuden Primoz Roglic y Remco Evenepoel.
Sergi López-Egea
Toda Florencia rebosa cultura. No hay una calle sin un monumento y cuando no existe lo incorporan al decorado como cuando Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar pasean frente a la réplica de la estatua de David en el Palacio Vecchio, centro operativo del Tour, el que este sábado parte de una de las ciudades más bellas no sólo de Italia sino del mundo entero.
Ha pasado casi un año para que la ronda francesa anuncie en la Toscana el inicio del verano. No hay un mes de julio sin Tour, aunque algunos todavía recuerden el de 2020 cuando la pandemia lo obligó a desplazarse a septiembre y correrlo con mascarillas y sin público. Entonces la prueba comenzó en Niza donde acabará el 21 de julio, una Grande Boucle, que por primera vez desde su creación en 1910, no finalizará en París porque la seguridad manda y es mucho trajín movilizar a miles de policías para empezar a proteger los Juegos mientras los ciclistas recorren los Campos Elíseos.
176 corredores
A Florencia llegaron el miércoles los 176 corredores convocados para disputar el Tour. 174, incluidos Remco Evenepoel y Primoz Roglic, lo hicieron casi de forma clandestina porque sólo había ojos para dos ciclistas; el que tiene prisa para ganarlo y ya dejarlo atado y bien atado tras superar la etapa de gravel del 7 de julio entre viñedos de champán -una carrera de nueve días-, un Pogacar imperial como Miguel Ángel o Leonardo, los mayores símbolos de la grandeza florentina, y el que desea llegar con el marcador en empate a la tercera semana, a los Alpes, a su territorio y con los músculos de las piernas calentitos después de 15 días de competición; Vingegaard, el vencedor de las dos últimas ediciones.
Por eso, cuando Vingegaard y Pogacar llegaron por separado al palacio fue como bajar la bandera de cuadros, como una señal para que empezase un nuevo duelo entre los dos mejores corredores del mundo, un Pogacar que ha venido al Tour después de ganar el Giro, sin estornudar pero también sin que ningún rival intentase siquiera atacarlo, y un Vingegaard que acude sin haber corrido nada, con cierta incógnita por ello, después de la caída en Álava, el 4 de abril, durante la cuarta etapa de la Itzulia que lo llevó a estar 12 días en el hospital de Vitoria con neumotórax, varias costillas y una clavícula rotas.
Por eso, Vingegaard requiere rodaje después de haber estado casi un mes concentrado en Tignes y entrenando como si fuese un legendario soldado de los Médici entre cuestas alpinas para alcanzar la forma que destrozó la caída del País Vasco. Por esta cuestión precisa llegar a la tercera semana de competición vivo en la general porque allí, con el Tour cocinado y a la hora del famoso tiramisú de Florencia, necesita noquear a Pogacar, tal como hizo en 2022 y 2023.
Por idéntica razón, Pogacar no quiere darle ni un kilómetro -quizá los neutralizados del sábado por las calles de Florencia- de respiro al doble vencedor del Tour, el que lo iguala en victorias para romper el empate y alcanzar una tercera ronda francesa antes de que Vingegaard ponga la directa y las piernas empiecen a notar cierto cosquilleo por la disputa del Giro.
Será un inicio de Tour de sálvese quien pueda ante el zafarrancho de combate que gritará Pogacar desde el inicio encerrona de Italia, con la cuarta etapa subiendo ya por el Galibier, con la contrarreloj del séptimo día y, sobre todo, con la novena jornada, la única diferente a todas, la que trampea con 34 kilómetros de gravel, como se lo denomina ahora, pistas sin asfaltar, no tan salvaje como la Strade Bianche, la clásica de los tramos de tierra, que el fenómeno esloveno ha ganado en dos ocasiones. Él quiere destrozarlo todo el día de San Fermín y Vingegaard se conforma con pegarse como una lapa a la rueda de su fiel Wout van Aert para que el Tour no se le convierta en el Tourmalet por el que se asciende el 13 de julio.
Llegarán después los Alpes con la visita a Isola 2.000, donde no se sube desde el duelo de 1993 entre Miguel Induráin y Tony Rominger, y la contrarreloj final entre Mónaco y Niza.
Por Gino Bartali
Debe ser el Tour de la confirmación de Carlos Rodríguez, atento al duelo en la cumbre, del debut de Juan Ayuso, penalizado artísticamente como gregario de Pogacar, del festival como solista de Pello Bilbao, de la alegría de Enric Mas, tras temporada y media de tristeza, y de la incertidumbre de Mikel Landa como ayudante de Evenepoel, aunque liberado de trabajo si el astro flamenco se atrabanca en la alta montaña.
Qué empiece la fiesta en la tierra de los Médici, los Maquiavelo, los Alighieri, los Boccaccio, Buonarroti, Da Vinci y, sobre todo, Bartali, el corredor que rezaba mientras ganaba el Tour, salvaba a judíos de la barbarie nazi y se convertía en un mito del ciclismo italiano.
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